20 de enero. Mientras en otros lugares el invierno se arrastra con desgana, en Donostia explota el corazón. A medianoche, con puntualidad mágica, el sonido de los tambores rompe el silencio y transforma la ciudad en un escenario vibrante. Es la Tamborrada, una fiesta que no se mira desde la acera: se vive, se canta, se toca y se siente.
El origen entre pólvora y resistencia
La historia de esta fiesta se remonta al siglo XIX, en pleno contexto militar e imperial. Se cuenta que los donostiarras comenzaron a parodiar a los soldados napoleónicos que ocupaban la ciudad, imitando sus desfiles con barriles, sartenes y utensilios de cocina.
Con los años, lo que nació como una sátira del poder fue creciendo hasta convertirse en una de las manifestaciones culturales más intensas y queridas del calendario vasco. Hoy en día, más de 150 compañías participan: tambores, barriles, cocineros, soldados y música de Sarriegui a todo volumen.
¿Qué pasa el 20 de enero?
A las 00:00 h del 20 de enero, la Plaza de la Constitución se convierte en el epicentro de la emoción. La sociedad Gaztelubide iza la bandera de la ciudad, y comienza la Tamborrada infantil, donde los más pequeños llevan el ritmo con la misma solemnidad y pasión que los adultos.
Durante las siguientes 24 horas, la ciudad entera se convierte en un desfile permanente. Cada barrio tiene su compañía, cada cuadrilla sus uniformes, cada generación su papel. ¡Es la fiesta más ruidosa, más alegre y más identitaria de Donostia!
La tamborrada infantil: escuela de emoción
Desde 1927, los niños y niñas de las escuelas donostiarras también tienen su propio desfile. Vestidos de soldados, cocineros o aguadoras, recorren las calles con tambores y barriles bajo el aplauso emocionado de familias enteras. Para muchos donostiarras, su primera tamborrada es uno de los recuerdos más intensos de la infancia.
La música de Raimundo Sarriegui
Toda la fiesta gira en torno a las marchas compuestas por Raimundo Sarriegui, un compositor donostiarra del siglo XIX. Sus piezas —como la Marcha de San Sebastián o la Diana— no solo marcan el ritmo, sino que resuenan en la memoria colectiva. No hay donostiarra que no las sepa tararear.
Curiosidades que no sabías
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Durante la Guerra Civil, la tamborrada fue suspendida, pero las compañías siguieron ensayando en secreto.
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Aunque comenzó siendo solo de hombres, hoy hay compañías mixtas y femeninas, reflejo de los nuevos tiempos.
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La bandera que se iza en la plaza tiene la numeración original de los balcones, cuando aún eran palcos del ayuntamiento.
Barriles, cocineros y orgullo donostiarra
Lo más bonito de la Tamborrada no es solo la música o el espectáculo. Es esa sensación de pertenencia, de saber que, por un día, toda la ciudad late al mismo ritmo. Cocineros con cucharones, niños con ojos brillantes, abuelos emocionados tarareando las marchas de Sarriegui. Nadie se queda fuera.
Porque en Donostia, el 20 de enero no se celebra: se vive. Y cada golpe de tambor es un latido más de una ciudad que sabe honrar su historia sin dejar de mirar al futuro.